OS ENTREGO MI VIDA

lunes, 14 de abril de 2008

MARÍA MAGDALENA 4ª PARTE


Ya decíamos en comentarios anteriores que el descubrimiento de la literatura gnóstica junto con la consideración exagerada de los evangelios apócrifos y el añadido de la sensibilidad moderna por los derechos de la mujer, han supuesto el caldo de cultivo idóneo para dejar volar la imaginación hasta crear obras como la de Dan Brown. Sin embargo, si ya resulta ridículo hacer un juicio de la antigüedad desde nuestros criterios culturales lo es más cuando se carece de objetividad a la hora de valorar fenómenos tan complejos como la Religión, concretamente, el cristianismo naciente y el papel de la mujer. Para acabar con estos comentarios analicemos la última "carga" de algunos autores y sus obras que han visto a la Magdalena desbancada del poder en las primeras comunidades cristianas en beneficio de Pedro, responsable del cristianismo patriarcal.

"La cristiandad Magdalena", es el término que emplea la estudiosa Jane Schaberg para describir su visión, basada en sus hipótesis sobre el pasado, de las futuras posibilidades del cristianismo.
Schaber y otras expertas feministas contemporáneas, como Karen King de la Harvard Divinity School, han aprovechado el papel prominente de María Magdalena en algunos escritos gnósticos del siglo II en adelante para insinuar una lucha por el poder entre el partido de Pedro y el de María Magdalena en el interior del cristianismo.
En El Código Da Vinci, el personaje de Teabing declara otro tanto, al afirmar que también Leonardo da Vinci da la clave de esta verdad, una verdad que, asegura, está contenida en «esos evangelios inalterados».
María Magdalena en Provenza: Una parte de la historia de Brown sobre María Magdalena afirma que terminó su vida en Provenza, al sur de Francia. La tradición católica la sitúa allí, y la acredita como evangelizadora de la gente de esa zona. La tradición oriental afirma que fue a Éfeso y allí evangelizó junto a San Juan.
Veamos ahora los problemas lógicos que se derivan sobre ello, tal y como están expresados en la novela:
Si el partido de Pedro –al que podemos suponer vencedor, según manifiesta repetidamente Brown en su novela– fuera tan poderoso como para depurar a María y rebajar su importancia, ¿por qué iba a destacar su papel primordial en los relatos de la resurrección, y como el de la primera persona que recibió la Buena Noticia?
Brown nos ha dicho anteriormente que, antes de que Constantino llevara a cabo su perversa hazaña en 325 d.C., los cristianos de cualquier lugar creían que Jesús era un «hombre mortal». En este caso, ¿quiénes formaban exactamente el partido de Pedro? Presumiblemente eran los «vencedores», lo que significa que tenían que haber creído en la divinidad de Jesús, porque esta fue la doctrina que «venció». Pero, si no se inventó la divinidad de Jesús hasta el 325 d.C., ¿dónde estuvieron todo ese tiempo?
Por último, dejando a un lado el placer de desvelar esas patentes inconsecuencias, volvamos a las pruebas.
¿Existe la evidencia de que una parte de la ortodoxia cristiana luchara por la supremacía sobre el partido de Magdalena, y degradaran su figura durante el proceso?
No. Se trata de una pura especulación basada en la lectura, ideológicamente motivada, de unos textos fechados por lo menos cien años después de la vida de Jesús. Así lo hicieron algunas sectas gnóstico-cristianas que surgieron a finales del siglo II, y que atribuían a María Magdalena un papel preponderante. En los pasajes de los escritos gnósticos del siglo I no hay datos que indiquen una intimidad entre Jesús y María Magdalena, ni que proporcionen argumentos teológicos que apoyen su versión del cristianismo y rebajen el papel de Pedro y los apóstoles.
Esta es la cuestión: si lo sabían los escritores cristianos ortodoxos de ese período, y si les afectaba, probablemente habrían abordado el tema directamente; y lo hicieron por cierto, hablando negativamente de algunas sectas gnósticas en las que las mujeres se comportaban como líderes o profetisas. Sin embargo, los textos que están a nuestro alcance no critican especialmente a algún grupo que considere a María como líder en detrimento de Pedro. Y además, y más extraño todavía, durante este período en el cual se supone que María había sido demonizada por los ortodoxos, solamente leemos alabanzas hacia ella.
Hipólito, escribiendo en Roma en el siglo II y comienzos del III, describe a María Magdalena como una Nueva Eva, cuya fidelidad contrasta con el pecado de Eva en el Jardín del Edén (una imagen empleada también generalmente para María, la Madre de Jesús). Igualmente llama a María «apóstol de apóstoles». San Ambrosio y San Agustín, que escriben aproximadamente un siglo después, se refieren también a María Magdalena como la Nueva Eva.
Una vez más, todo lo que dice Brown carece de sentido. Durante el período en que se supone que el partido de María luchaba contra el partido de Pedro por el cuerpo de la Iglesia, los Padres le dedicaban plegarias y citaban los Evangelios que describían su papel en las apariciones posteriores a la Resurrección.
Ni los datos que aparecen en las Escrituras sobre María Magdalena ni el modo en que ha sido tratada en la tradición cristiana oriental u occidental nos permiten aceptar las teorías de Brown.
Y como vamos descubriendo, la verdad es mucho más interesante y más apasionante que cualquiera de las fantasías de El Código Da Vinci.

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