OS ENTREGO MI VIDA

lunes, 31 de marzo de 2008

¿QUIÉN FUE MARÍA MAGDALENA? 1ª PARTE




Por petición del compañero José Aurelio, he recopilado una serie de datos sobre este personaje evangélico. Los iré publicando poco a poco porque hay mucho que decir al respecto. Otro motivo por el que quiero hablar de un personaje como María Magdalena, ligado a la persona y la historia de Jesús, vuelve a ser una vez más la polémica que libros, documentales y otros medios, han levantado con sus mal llamadas "investigaciones" que no dejan de ser en la mayoría de los casos, el plagio de obras de dudoso rigor científico, muchas de ellas denostadas. Comencemos por repasar lo que Dan Brown dice en su novela el Código da Vinci de la Magdalena que, en su mayor parte, es un plagio de otras obras o el eco de vías de investigación recientes que otorgan excesiva importancia a los llamados evangelios apócrifos de corte gnóstico, como es el Evangelio de Tomás, muchos de ellos escritos no antes de mediados del siglo II.

Según Brown, era una mujer judía de la tribu de Benjamín, que se casó con Jesús y dio a luz a su hijo. Jesús trató de dejar a la Iglesia en sus manos; esa Iglesia iba a devolver la «deidad femenina» a la vida humana y al conocimiento general.Después de la crucifixión de Jesús, María Magdalena huyó a la comunidad judía de Provenza, donde ella y su hija Sarah hallaron refugio. Su vientre es el «Santo Grial». Sus huesos descansan bajo la pirámide de cristal a la entrada del Louvre. El Priorato de Sión y los Caballeros Templarios se dedicaron a proteger su historia y sus reliquias. El Priorato le da culto «como Diosa... y como Madre Divina».
Realeza judía... esposa de Jesús... Santo Grial... Diosa. He aquí un completo currículo.
Considerando que los Evangelios mencionan a María de Magdala en escasas ocasiones, ¿de dónde proceden esas ideas? Bien, la respuesta está exactamente en la novela, cuando Teabing, nuestro notable erudito, muestra su biblioteca alardeando: «La descendencia real de Jesucristo la han documentado exhaustivamente muchos historiadores». (De nuevo nos encontramos con un matiz de erudición). Y cita La Revelación de los Templarios y El enigma sagrado –dos obras de pedante pseudo-historia y teoría conspiratoria–, The Goddess in the Gospels (Las diosas en los evangelios, en castellano) y The Woman With the Alabaster Jar (María Magdalena, ¿esposa de Jesús? en castellano), de Margaret Starbird, quien, entre otros medios, emplea la numerología –la suma de los números de su nombre– para llegar a la conclusión de que María Magdalena fue venerada como diosa en la primitiva cristiandad: «Ellos conocían la «teología de los números» del mundo helénico, codificados en el Antiguo Testamento y basados en el antiguo canon de la geometría sagrada derivada de los pitagóricos desde años atrás... No era accidental que María Magdalena llevara los números que los cultos de la época identificaron como la 'Diosa de los Evangelios'» (Mary Magdalme, The Beloved, por Margaret Starbird: www.magdalene.org/beloved-essai.htm).
Bien; detengámonos unos momentos para reflexionar sobre todo lo que nos han dicho en esta novela: que los Evangelios no deben consultarse o leerse en sentido literal, y que ni por un momento nos podemos creer que transmiten cualquier verdad sobre los sucesos que relatan. Pero ¿no nos han dicho también que transmiten en código que los primeros cristianos consideraban una diosa a María Magdalena? Bien; si la consideraban como una diosa, ¿por qué no lo difundieron? ¿Por qué fastidiar con ese buen Jesús crucificado-resucitado, cuando podían dar culto a la Magdalena, si era lo que deseaban hacer? No es como si hubiera alguna censura política, social o cultural hacia los que deseaban dar culto a una diosa. Seguramente no serían arrestados, encarcelados y ejecutados por profesar una fe centrada en otra persona que permanecerá sin nombre y que, supuestamente no recibirá culto hasta el siglo IV.
Una vez más, antes de alborotarnos ante las afirmaciones de El Código Da Vinci, recordemos la importancia de comprobar sus fuentes. Estas son las básicas en relación con María Magdalena:

María Magdalena como esposa de Jesús y madre de su hijo y el verdadero «Santo Grial»: El enigma sagrado y La revelación de los Templarios.

María Magdalena como diosa, como origen del «sagrado femenino»: un trabajo de Margaret Starbird.

María Magdalena como líder designada de la primitiva cristiandad: una variada serie de eruditos contemporáneos que trabajan sobre textos gnósticos.

Antes de entrar en detalles sobre esos puntos, conviene parar, olvidar las especulaciones, y volver al lugar donde por primera vez oímos hablar de María Magdalena.










miércoles, 26 de marzo de 2008

EL CASO GALILEO GALILEI


Existen en el ámbito de la relación fe-ciencia, temas que siguen levantando ampollas y que sirven, en muchos casos, de argumento para desprestigiar a la Religión o a la Iglesia, muchas veces más desde el apasionamiento visceral que desde la argumentación contrastada. El caso Galileo es un ejemplo claro. Sin embargo, resulta evidente que cuando alguien se preocupa en estudiar a fondo estos tópicos aparecen datos que, quién lo iba a sospechar, tiran por tierra muchas falsas ideas. Aquí tenemos un ejemplo.



Según una reciente encuesta del Consejo de Europa elaborada entre los estudiantes de ciencias de la UE, casi el 30 % cree que Galileo fue quemado vivo en la hoguera por la Iglesia por defender sus teorías, mientras que el 97 % piensa que fue sometido a torturas. El 100 % conoce la frase «Eppur si muove!» (¡Y sin embargo se mueve!) que había susurrado con rabia después de la lectura de la sentencia condenatoria. Y, sin embargo, todo lo anterior es rotundamente falso.
Galileo fue un gran hombre de ciencia, pero no infalible. Según relata Vittorio Messori en Leyendas negras de la Iglesia, cuando el 22 de junio de 1633 escuchó la sentencia contra su tesis, se limitó a dar las gracias a los diez cardenales autores de la misma, de los cuales tres habían votado por su absolución, ante la moderada pena que se le impuso. El científico tenía razón en su tesis heliocéntrica pero había intentado «tomar el pelo a estos jueces, entre los cuales había hombres de ciencia de su misma envergadura», asegurando que sus teorías «publicadas en un libro impreso con una aprobación eclesiástica arrebatada con engaño, sostenían lo contrario de lo que se podía leer». Es más, en los cuatro días de discusión previos a la sentencia, «sólo fue capaz de presentar un argumento experimentable y comprobable a favor de que la Tierra giraba en torno al Sol. Y era erróneo: decía que las mareas eran causadas por la sacudida de las aguas a causa del movimiento de la Tierra». Sus jueces y colegas defendían que las mareas se debían a la atracción de la Luna, lo que, siendo correcto, sólo mereció un comentario por parte de Galileo: que esa tesis «era de imbéciles». Llovía sobre mojado porque, años antes, ya había cometido otro grave error al asegurar que unos meteoritos observados en 1618 por astrónomos jesuitas e identificados por éstos como «objetos celestes reales» no eran según él más que «ilusiones ópticas». Respecto a la condena, Galileo no sufrió violencia física ni pasó un solo día en los «sórdidos calabozos de la Inquisición»: en Roma, se alojó en una residencia de cinco habitaciones con vistas a los jardines del Vaticano y un servidor personal, todo a cuenta de la Santa Sede. Y, tras la sentencia, fue alojado en la Villa Médici primero y luego en el palacio del arzobispo de Siena, antes de regresar a su propia villa de Arcetri, que tenía el elocuente nombre de La Joya. No perdió la estima ni la amistad de obispos y científicos amigos suyos ni se le impidió continuar con sus trabajos. Lo que por cierto le permitiría publicar poco después sus Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias,considerada como su obra maestra. Las penas impuestas (prohibición de desplazarse libremente alejándose a su antojo de su hogar y rezar una vez por semana los siete salmos penitenciales) le fueron levantadas a los tres años. Galileo tuvo suerte: si hubiera sido juzgado por las autoridades de la Iglesia protestante sí hubiera podido acabar en la hoguera como otros científicos que tuvieron la desgracia de caer en manos de los líderes religiosos defensores de la Reforma. El propio Lutero consideraba a Copérnico como «un astrónomo improvisado que intenta demostrar de cualquier modo que no gira el Cielo sino la Tierra», lo cual «es una locura»; fue Lutero también quien advirtió de que «se colocará fuera del cristianismo quien ose afirmar que la Tierra tiene más de seis mil años» y otras amenazas semejantes. Finalmente, «Eppur si mouve!» resulta en este contexto una frase valiente y rebelde pero no la pronunció Galileo. Se la inventó el periodista Giuseppe Baretti en 1757 en una descripción de la obra del astrónomo.


Por Paul h. Koch Doctor en Humanidades, Historia y Ciencia Sociales

lunes, 24 de marzo de 2008

¡CRISTO HA RESUCITADO!


La resurreción es el alma de la fe cristiana porque nos descubre que ningún mal, ningún sufrimiento o injusticia, incluso la muerte, tienen la última palabra en la historia de los hombres.
El gran reto de la teología moderna es dialogar con un mundo descreido para proponer con una nueva metodología, la importancia de la experiencia de fe para el hombre en su camino de plena humanización y como respuesta a los grandes interrogantes existenciales. Los creyentes en Jesús de Nazaret, ya no tenemos duda: el cielo existe, es Dios mismo, con su vida eterna, y en él no hay lugar para el dolor, la injusticia, la discriminación, la esclavitud, la duda, la desesperanza. Jesús testifica que hay un Dios, Principio y Padre de todos, que tiene la última palabra. Y El nos espera para ser definitivamente en Él.

¿Qué significa resucitar? Los cristianos afirmamos que la resurrección no es una palabra vacía. Resucitar significa que Jesús, en la muerte y desde la muerte, entró en el ámbito mismo de la vida divina, realidad primera y última, inabarcable y omniabarcadora. El Crucificado continúa siendo el mismo, junto a Dios, pero sin la limitación espacio-temporal de la forma terrenal. La muerte y la resurrección no borran la identidad de la persona sino que la conservan de una manera transfigurada, en una dimensión totalmente distinta. Para hacerlo pasar a esta forma de existencia distinta, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. La resurrección queda vinculada a la identidad de la persona, no a los elementos de un cuerpo determinado. La fe cristiana asegura que el Dios del comienzo es también el Dios del final, que el Dios que es el Creador del mundo y del hombre, es también el que lleva a éstos a su plenitud.

Resucitar significa que la persona que muere, no se disuelve, continúa, y que el cuerpo sí que se disuelve pero entrando en una dimensión nueva. Hay continuidad y discontinuidad.
Resucitar significa apostar, como Jesús, por la vida, llegando incluso a soportar en esta lucha el vituperio del fracaso de este mundo, pero seguros de que la inocencia del Justo será reconocida y premiada por Dios. Dios tiene siempre la última palabra, no la iniquidad.

Resucitar significa que estamos ya, en una marcha dinámica, hacia la resurrección, en lucha contra todo lo que bloquea, merma y quita la vida.
El Resucitado ha dicho: “Quiero que donde yo estoy, estéis también vosotros”. Es el mensaje más inaudito de la fe cristiana.A pesar de la muerte, hay que soñar, trabajar y luchar para que este nuestro planeta sea la casa de todos, donde cada vez haya menos odio, menos injusticia, menos hostilidades, menos egoísmos, menos sufrimientos, menos guerras, menos ruinas y miserias, más justicia, más libertad, más amor, más paz, más felicidad. Es el ir anticipando el cielo en la tierra.
Los que se van no se van al vacío, sino a la vida maravillosa de Dios, al cielo. Pero para llegar al cielo no hay más que un camino: la tierra.
Una vez más es Xavier Pikaza quien nos proporciona unas claves sencillas y someras de aquellos aspectos más sobresalientes de los relatos de la Resurrección en el Nuevo Testamento. Que los disfrutéis.


Ha resucitado Jesús, Feliz pascua a todos los amigos, feliz día a todos los cristinoa, esperanza de vida para todos los hombres y mujeres de la tierra. Aneste Khristos, ha resucitado el Cristo Jesús. Ésta es la palabra central de la historia, para todos los cristianos; la palabra que nosotros queremos cantar en gesto alegre. No es palabra de imposiciòn, no es un norma opresora. Es simple gozo, gozo de vivir, de ser amados por Dios, gozo sin más: La viuda ha triunfado sobre la muerte Fiel al espíritu de mi blog, quiero felicitar a los amigos y lectores con una reflexón sobre la primera experiencia de Pascua, diciendoque que en ella los han descubierto a Jesús como Presencia de Dios, Vida Divina, es decir, la plenitud de la Vida Humana. Desde ese fondo quiero ofrecer un pequeño esquema de las “apariciones pascuales”, entendidas como experiencia nueva de presencia y transformación. Con ellas deseo a todos los amigos del blog una feliz pascua de Resurrección. Al final de las experiencias de Pascua, con todas ellas, debe estar tu experiencia, si eres cristiano. Sólo aquel que ha experimentado en su vida la presencia y vida del Señor Jesús puede llamarse realmente cristiano.


Texto
Porque en primer lugar os he enseñado lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que se hizo ver a Pedro… (1 Cor 15, 3-5).


El sujeto
El sujeto de quien se hacen estas afirmaciones no es el Jesús histórico, sino el Cristo de la fe, a quien la Iglesia ha visto como enviado escatológico (resucitado) de Dios. Pero ese Cristo es el mismo Jesús que ha muerto, el mismo a quien Pablo había querido borrar de la memoria de Israel, persiguiendo y destruyendo a sus seguidores, los cristianos. Pablo quería destruir esa historia de Jesús, porque en ella se dice que el Cristo de Israel ha muerto, de manera que el Mesías es un Crucificado según Ley (Gal 3, 10-13), alguien que va, por tanto, en contra del triunfo de Israel. (2) Porque esa muerte del Cristo permite y exige romper la diferencia que debe haber entre Israel y los restantes pueblos. Pablo pensaba que la historia de Jesús destruía la identidad israelita. Pero en un momento dado él “le ha visto” y ha descubierto que es Hijo de Dios y que su mensaje pascual (universal) es verdadero. Desde ese fondo entiende la muerte y resurrección de Jesús como centro de la fe cristiana. No todos los grupos cristianos resumirían así el “misterio” de Jesús. Pero es evidente que Pablo quiere ofrecer una visión que pueda ser aceptada por otros:


Murió y resucitó…


1. Cristo murió. Éste es un hecho histórico, que el credo de la Iglesia resaltará diciendo que padeció (murió) bajo Poncio Pilato, en la historia de los hombres. Aunque no cite a Pilato, Pablo cree que la muerte de Jesús es un hecho histórico, aunque lo interprete diciendo que ha muerto por nuestros pecados, según las escrituras. La muerte de Jesús, que se inscribe en toda la dinámica de la manifestación de Dios en Israel (que pusimos de relieve en cap. 1), ha estado y sigue estando vinculada a los pecados de los hombres, que Pablo define como “nuestros”. No son los pecados de otros (de Pilato, o de los sacerdotes), sino los de aquellos que, ante la cruz, nos reconocemos culpables (empezando por los judíos). Según la Escritura, la historia de Jesús, que culmina en su muerte, es inseparable del pecado de los hombres.
a. Por nuestros pecados. La muerte del Cristo no es un dato abstracto, de tipo ontológico (¡todo ser humano tiene que morir!), sino un acontecimiento histórico que ha tenido lugar porque somos pecadores y porque unos hombres concretos le han (le hemos) matado. Pablo no está hablando aquí del pecado de otros, sino del “nuestro”, en el doble sentido de la palabra: (1) Nosotros, los hombres, le hemos matado (no los ángeles perversos de 1 Henoc), desplegando así nuestro máximo pecado. (2) Él ha muerto para liberarnos de nuestros pecados.
b. Según las Escrituras. A juicio de Pablo y de los primeros cristianos, la muerte de Jesús se hallaba “anunciada” por la dinámica espiritual y teológica de la Biblia. Desde este fondo se entiende la unidad y diferencia entre Biblia judía y Biblia cristiana. Los maestros de la Misná entenderán la Escritura como libro que se expande y expresa en las leyes nacionales del judaísmo rabínico. Pablo, en cambio, piensa que ella desemboca y se cumple en la muerte de Jesús. Por eso, la clave para interpretarla no es el cumplimiento de la Ley (Misná), sino la muerte y presencia pascual de Jesús, que sucede “según las Escrituras”, como manifestación del amor divino sobre los pecados de los hombres.
2. Fue sepultado. También es un hecho histórico, lo mismo que la muerte, pero hay una diferencia. Pablo no ha desarrollado aquí ninguna “teología de la sepultura”. La muerte tenía un sentido salvador (¡por nuestros pecados!), mientras que la sepultura aparece como un simple dato histórico, sin carácter salvador, a no ser que la asociemos con la muerte y digamos que él fue enterrado “por nuestros pecados según las Escrituras”. En un nivel somático, la historia terrena de Jesús terminó en el sepulcro. Parece que, en ese plano, según Pablo no se puede hablar de resurrección. El tema de la posible tumba abierta no le importa. No dice a sus lectores que vayan allí, para que vean que la tumba está vacía, como dirá el ángel de Marcos 16, 6: “Ha resucitado! No está aquí. Mirad el lugar donde le pusieron”.
3. Resucitó. Como buen fariseo, Pablo esperaba la resurrección universal de los muertos, de manera que podría haberlo destacado. Pues bien, en lugar de esa resurrección universal, Pablo evoca aquí “sólo” la de Jesús, que marca y define la fe de la iglesia, con sus dos palabras interpretativas: “al tercer día” y “según las Escrituras”. Pues bien, esa resurrección de Jesús no es algo aislado, sino que implica de algún modo el comienzo de la resurrección mesiánica de los muertos.
a. Al tercer día. Es el día escatológico, tiempo de la actuación de Dios, que ahora aparece vinculado a la culminación de la historia de Jesús. En el lenguaje de aquel tiempo, el tercer día marca el momento de la muerte definitiva (es el día en que se dice que los difuntos han fallecido del todo, de forma que el alma-vida ha partido ya del cadáver). Pues bien, allí donde la muerte se instaura como “vencedora” irrumpe, en un sentido más alto, el tercer día de la acción de Dios. Desde una perspectiva cristiana, ese día es el que viene después del Sábado, es el día del Domingo, entendido como Dies Domini (Día del Kyrios o Señor; cf. Ap 1, 10). Así lo vio la Iglesia, desde muy antiguo, entendiendo el tercer día como signo del comienzo de la resurrección universal.
b. Según las Escrituras. La Resurrección (según las Escrituras) define con la muerte la visión cristiana de la revelación. El texto queda un poco ambiguo. La frase “según las Escrituras” puede referirse al “resucitó”: de esa manera, la Escritura sería el libro de la preparación de la resurrección de Jesús. Pero ella puede aludir también, y sobre todo, al “tercer día” (las Escrituras determinarían que la resurrección aconteció al tercer día como tiempo de culminación). Sea como fuere, este pasaje supone que la resurrección de Jesús despliega el sentido de la Escritura israelita, leída en su totalidad, desde el testimonio del justo sufriente justificado por Dios o desde el Siervo de Yahvé a quien Dios responde.
Entendidas así, estas palabras de Pablo superan la oposición entre una resurrección puramente individual (sólo de Jesús) y una universal (de todos los muertos fieles, como esperaban los fariseos, a diferencia de los saduceos: cf. Mc 12, 13; Hech 23, 6-9). Pablo supone que el tercer día de la resurrección universal ha comenzado en la pascua de Jesús, de tal forma que aquellos que aceptan ese día de Jesús viven ya, de algún modo, en el tiempo de la resurrección.
c. Se hizo ver (se apareció…).
Esta palabra (ophthê), repetida cinco veces en 1 Cor 15, 5-8 (se hizo ver a Pedro, a los doce…), define la presencia de Jesús resucitado en forma de “visión”, vinculada a los ojos de la fe. Ella no sólo alude al sentido de la presencia de Jesús, sino a la misma vida de los cristianos que son aquellos que han visto y ven al resucitado. Este ophthê, que es un hacerse ver de Jesús (él se muestra) y un verle de los discípulos (ellos le descubren y acogen en su vida), marca y define toda la novedad cristiana. Ésta es una ampliación de la presencia de Dios (Dios se hace presente por Jesús), siendo una forma de presencia pascual del Cristo que supera los modelos anteriores de presencia y realidad sagrada. En este contexto, Pablo ha puesto de relieve las experiencias de visión normativas para las iglesias que él conoce y acepta (Pedro, los Doce…):


Se hizo ver a Cefas, luego a los Doce, luego se hizo ver a más de quinientos hermanos de una vez, de los cuales muchos viven hasta ahora, algunos han muerto; después se hizo ver a Santiago, después a todos los apóstoles; al último de todos, como a un aborto, se me hizo ver también a mí (1 Cor 15, 5-8).


Evocaremos una a una esas experiencias de visión (presencia), pero colocando al principio una que Pablo no ha citado, porque quizá no se encuentra en la tradición que él esta reproduciendo o porque, en el contexto solemne de su texto, en un ámbito de disputa entre grupos “oficiales”, no cabe (a su juicio) el testimonio de las mujeres. Al lado de María Magdalena nos gustaría poder citar a los galileos. ¿Cómo entendieron ellos la muerte de Jesús? ¿Cómo proclamaron su resurrección? No tenemos datos para responder. Por eso nos limitados a plantear la pregunta.:
1. María Magdalena. La tradición de la experiencia pascual de María Magdalena y de otras mujeres está en el fondo de todos los evangelio canónicos (y de varios apócrifos), pero sólo se recoge de manera expresa en dos textos canónicos: «Resucitando en la madrugada del primer día de la semana, Jesús se apareció (ephanê) primero a María Magdalena... Ella fue y lo anunció a los que habían estado con él (con Jesús) que se afligían y lloraban. Ellos, oyendo que se hallaba vivo y que había sido visto por ella, no creyeron» (Mc 16, 9). Esta noticia, recogida en el final canónico o posterior de Marcos (el libro originario terminaba en Mc 16, 8), contiene a mi juicio una tradición antigua, que sirve para confirmar la certeza de que en el comienzo de la experiencia pascual se encuentra una mujer, Magdalena. El mismo Jesús se le ha mostrado, como un brillo de luz (ephanê) que transforma su vida, sin que se diga si esa luz de visión es externa o interna (aunque parece que es interna, pues ella no puede demostrar a los otros lo que le ha pasado: Mc 16, 10-11). El evangelio de Juan acoge y trasforma ese motivo, diciendo que Magdalena fue la primera al sepulcro y que, encontrándolo vacío, avisó a Pedro y al otro discípulo, que vinieron corriendo, para ver y marcharse después. Ellos se van, pero María queda en el jardín y conoce a Jesús cuando le llama ¡María!, y le pide después que “deje de tocarle” y salga, para dar testimonio de su experiencia a los discípulos. En el centro de esta experiencia pascual hay una voz que llama de un modo personal (¡María!), (¡pues el ver no basta, no aclara!), y, sobre todo, un encuentro personal que se expresa a modo de toque o presencia. Pues bien, precisamente allí donde ese “toque” (¡suéltame, no me toques más! mê mou haptou: cf. Jn 20 17) se cumple y “culmina”, de forma que Magdalena se marcha, tomando distancia, para hablar a los discípulos restantes se puede afirmar que ha existido experiencia de Jesús resucitado. María Magdalena, cuya figura aparece a toda luz en la experiencia de la pascua, ha sido y sigue siendo una de las figuras principales de la historia de Jesús. Esa experiencia transmitida por el final canónico de Marcos por Juan es muy significativa, pero debe tomarse con mucha precaución, pues no estamos ante un testimonio directo de las mujeres, sino ante lo que dice de ellas unos testigos varonres.
2. Simón Pedro. La manifestación de Jesús a Pedro se encuentra también en el fondo de la narración de Mc 16, 7 y de Jn 21, 15, 17, pero sólo ha sido evocada expresamente por Lucas y Pablo. A su vuelta a Jerusalén, los caminante de Emaús encuentran a los discípulos reunidos, exclamando: «Ha resucitado verdaderamente el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24, 34). Todo nos permite supone que estas palabras constituyen la confesión de unos cristianos que apoyan su fe sobre el testimonio de Pedro. En esa línea se sitúa 1 Cor 15, 5 cuando describe la aparición a Pedro como la primera de las experiencias pascuales que son el fundamento de la confesión creyente de la Iglesia: «Se apareció a Cefas y después a los Doce…». Es muy probable que, conforme a la palabra de Mc 16, 7, hayan sido María Magdalena y las mujeres las que han puesto a Pedro en camino hacia Jesús. Por eso, la visión de Pedro, siendo primera en sentido oficial (conforme a 1 Cor 15, 5), es segunda en sentido histórico, pues estuvo precedida por la experiencia de María. Tampoco sabemos cómo ha sido esta “visión”, qué posibles elementos auditivos (cf. 2 Ped 1, 17) y visuales ha tenido, qué elementos de interpretación personal. Es muy posible que haya sido una experiencia de conversión tras el abandono.
3. Los Doce. Significativamente, la experiencia de los Doce en cuanto tales sólo ha sido atestiguada por 1 Cor 15, 5, pues según Lc 24, 36-49 y Jn 20, 19-23 los destinatarios de la experiencia fundante de la iglesia no fueron los Doce sino un grupo indeterminado y quizá más grande de discípulos (cf. Jn 20, 19), reunidos con los once (los Doce menos Judas Iscariote: cf. Lc 24, 33). Por su parte, los que vieron a Jesús en el monte de Galilea, según Mt 28, 16, fueron los once, que forman ya un grupo nuevo y abierto, que simboliza a todos los misioneros de la Iglesia. A diferencia de esos testimonios, Pablo recuerda la experiencia de los Doce, recogiendo de esa forma una antigua tradición cristiana, que sirve para marcar la continuidad entre los Doce mensajeros prepascuales de Jesús, que eran signo de la apertura de su mensaje a las tribus de Israel, y los Doce testigos pascuales de la primera iglesia. Es evidente que ellos se toman aquí (en 1 Cor 15, 5) en sentido oficial, como un grupo que ha tenido una función en la vida de Jesús y en el comienzo de la Iglesia (quizá todavía en tiempo de Pablo). Ellos no pueden entenderse en sentido numérico estricto, pues falta Judas, «uno de los Doce» (cf. Mt 26, 14.47; Mc 14, 10.43, Jn 6, 61). Los once restantes bastarían para cumplir la función encomendada, aunque es más probable que para mantener el grupo se haya incluido a Matías, en el principio de la iglesia (cf. Hech 1, 12-26). Sea como fuere, los Doce han sido por un tiempo (hasta su disolución como grupo) testigos de Jesús resucitado.
4. Quinientos hermanos. Vienen después de Pedro y de los Doce y se dice que «muchos de ellos viven hasta ahora, algunos han muerto». Ellos pueden ser los miembros de la primera iglesia de Jerusalén (en la línea de Lc 24 Jn 20), aunque parece preferible vincularlos a las comunidades cristianas de Galilea), que no sólo escucharon al Jesús de la historia, sino que celebraron al Cristo pascual, como puede verse en el fondo de la tradición de las multiplicaciones (de las que hemos tratado en cap. 8). En ese contexto, el Jesús pascual se hace “presente” allí donde se comparte el pan, en una celebración de tipo eucarístico (cf. cap. 21, con Mc 16, 14-18). La experiencia pascual expresa una forma de vivir en comunión, retomando lo que ha sido la historia de Jesús y su proyecto de vinculación mesiánica, partiendo de los marginados, en torno a la mesa compartida. De esa manera, la pascua no destruye y niega, sino que reinterpreta y universaliza lo que ha sido la historia de Jesús.
5. Santiago. Pablo reconoce la experiencia pascual de Santiago, el hermano del Señor (Gal 1, 19). Eso significa que, en un momento dado, acepta como válida su visión eclesial y su teología, aunque él haya seguido un camino distinto y mantenga su diferencia respecto de otros grupos de cristianos, sobre todo de línea paulina. Santiago ha terminado siendo representante de la iglesia judeocristiana que ha tenido dificultades para admitir la validez “judía” (mesiánica) de la misión paulina. Entre los diversos caminos o trayectorias de la iglesia, Santiago representa la línea más vinculada al judaísmo y, en esa línea, él interpreta a Jesús resucitado como culminación de Israel, pero sin superar las fronteras de la Ley del judaísmo, dentro del cual habría que entender su resurrección. A su juicio habría que esperar la conversión del pueblo judío y sólo en un segundo momento se podría llevar la palabra de Jesús a los gentiles. Sea como fuere, esta “recuperación pascual” de Santiago, el hermano de Jesús, vuelve a situarnos de lleno ante la historia de Jesús, recuperada ahora por su familia, en unas claves que pueden compararse con las de Pedro y Pablo, pero que, sin duda, son muy distintas. .
6. Todos los apóstoles. Vienen después de Santiago, pero antes que Pablo. Ellos son evidentemente los representantes de la iglesia helenista de Jerusalén, a la que alude Hech 6-7; son los primeros fundadores de la iglesia en cuanto tal, en el sentido de enviados o portadores de un mensaje de salvación universal, abierta por encima de Israel a todos los pueblos. Pablo dice, de un modo abierto, «todos los apóstoles», no cita ni precisa el número. Pueden ser bastantes, varones y mujeres, son creadores de iglesias. La experiencia de Jesús resucitado es una “presencia activa”, que impulsa a ofrecer el testimonio de Jesús, para ampliarlo, en forma misionera. En el principio de la acción misionera, es decir, de la apertura del mensaje de Jesús hay, por tanto, una experiencia de resurrección, es decir, de presencia de Jesús, como aquel que está vivo. En esa línea, se podrá añadir que no han experiencia pascual sin misión o envío, es decir, sin que se asuma y expanda el mensaje mesiánico. En el fondo, ver a Jesús y comprometerse por su Reino es lo mismo. En el fondo de la experiencia pascual está la certeza de que el proyecto de Jesús sigue adelante.
7. Pablo: «Y como a último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí». Es evidente que Pablo se sitúa en la línea de los helenistas, como culminando un camino que ellos han iniciado y oponiéndose, de alguna forma, a Pedro que está al principio de la lista. Esta experiencia de Pablo ha de tomarse básicamente en forma de llamada o vocación: “Pero cuando Dios, quien me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciase entre los gentiles…” (Gal 1, 15-16). Pablo no dice “cómo ha visto” a Jesús, ni cómo ha escuchado su voz, como voz de Dios, si en forma “corporal” o no corporal (cf. 2 Cor 12, 1-3). Pero es evidente que ha tenido una experiencia de Dios, vinculada a la presencia de Jesús resucitado.
8 ¿Y tú, qué has experimentado en la Pascua? Las apariciones pascuales no tuvieron un mismo contenido, ni una misma forma externa. Más que apariciones en sentido visionario pueden ser, en general, experiencias de pascua (es decir, de la presencia de Jesús), vividas en conexión, unas con otras, formando así una especie de abanico pascual, que Pablo ha sabido reconocer en 1 Cor 15, aunque ha dejado fuera el testimonio de las mujeres. Este testimonio múltiple de “presencia de Jesús” crucificado es lo que define la pascua cristiana, la nueva experiencia del evangelio. Cristianos son los que “saben” que Jesus vive, porque le han “experimentado”. La experiencia (visión personal) de la vida de un muerto como Jesús (de un muerto que es Jesús): esa es la esencia del cristianismo.

viernes, 7 de marzo de 2008

SIMONE WEIL, UN HOMENAJE A LA MUJER


Vivimos tiempos complicados en los cuales creo que, aveces, "el árbol no nos deja ver el bosque", quiero decir que en ocasiones al entregarnos de manera apasionada a causas nobles, no nos damos cuenta que podemos estar provocando algún daño colateral. Luchar por la justicia no está reñido con la verdad por muy dura que ésta sea, además sólo acogiéndola con la paz y la valentía de espíritu que requiere tal empresa, llegaremos a ser realmente libres, lo dijo hace 2000 años Jesús, y me parece que muchos cristianos aún no lo hemos llegado a entender o nos da miedo porque lo entendemos demasiado.

Aprovechando el día de la mujer trabajadora, me he fijado en este personaje cuyas referencias practicamente desconocía pero al llegar a mi me han cautivado porque he visto como esa búsqueda de la verdad y la justicia es un camino abierto al misterio insondable y fascinante de Dios, esto fue lo que le ocurrió a Simone, de luchadora por sus ideales pasó a ser una mística muy especial porque nunca quiso bautizarse. Me viene a la mente aquello, también de Jesucristo, de que el Espíritu sopla dónde quiere y como quiere, nadie lo puede controlar, o ignorar añado yó, ni siquiera los que aveces creemos tener las ideas muy claras, quizás eso fue lo que permitió que Simone Weil se encontrara con Él.

Simone Weil nace en 1909 en París, de familia judía, intelectual y laica: su padre era un médico famoso y su hermano mayor, André, es un matemático brillante y precoz.
En su adolescencia estudia intensamente filosofía y literatura clásica. A los 19 años ingresa, con la calificación más alta (seguida por Simone de Beauvoir) a la Ecole Normale Superiore, se gradúa a los 22 y comienza su carrera docente.
Sus estudios apasionados -y críticos- de la doctrina marxista le acarrean notoriedad, y a los 23 años es 'transferida' del liceo por encabezar a una demostración de obreros desempleados. Un diario conservador la apoda 'la virgen roja', por su extraña combinación de preocupaciones por la situación social y por la pureza y la verdad. No tiene, sin embargo, convicciones religiosas. Las disputas con los superiores de los liceos se suceden, por cuestiones políticas y metodología docente. Conoce a Trotzky, con quien discute sobre la situación rusa, Stalin, y la doctrina marxista.
A los 25 años pide una licencia y va a trabajar durante más de un año, junto a los obreros, como operaria manual en varias fábricas (Renault) ("Allí recibí la marca del esclavo"). Se acrecientan sus sufrimientos físicos (sinusitis crónica), y sus padres la llevan a Portugal, en unas breves vacaciones, para intentar recuperar su salud perdida. Allí presencia un procesión católica popular, en una aldea pobre, un noche a orillas del mar; "tuve de pronto la certeza de que el cristianismo es por excelencia la religión de los esclavos, que los esclavos no podían dejar de seguirla...y yo entre ellos".
Después de un breve retorno a la docencia, en 1936 participa en la Guerra Civil Española, junto a grupos anarquistas. Un accidente la obliga a volver a Francia. De la guerra, le queda el sentimiento de horror por la brutalidad y el desprecio por la verdad y el bien, por ambas partes; y, posteriormente, la amistad con otro escritor francés, Georges Bernanos, que había participado en el otro bando. En 1937 visita Italia, y en una capilla de Asís se siente impulsada a arrodillarse, por primera vez en su vida, descubrió la figura de Francisco de Asís, con quien se identificaría profundamente -«He estado enamorada de san Francisco desde siempre, desde que le conocí. Siempre he creído y esperado que la suerte me llevase un día, por obligación, a este estado de vagabundeo y mendicidad que él había elegido libremente»-. Se recogía en los templos a rezar («Mientras me hallaba sola en la pequeña capilla románica del siglo XII, en el interior de Santa María de los Angeles, incomparable maravilla de pureza en la que san Francisco rezaba muy a menudo, algo más fuerte que yo me obligó, por primera vez en mi vida, a ponerme de rodillas») pero nunca llegó a aceptar la disciplina de la Iglesia .
Su salud empeora, tiene dolores de cabezas agudos y continuos. En la pascua de 1938 asiste a los oficios religiosos en la abadía de Solesmes. El cristianismo ocupa un lugar preponderante en sus pensamientos; tiene alguna experiencia mística, a la que prefiere resistir; se niega a rezar, o a considerar siquiera "la cuestión del bautismo". Encuentra resonancias cristianas en Homero, Platón, el Bhagavat-Gita.
Es el año 1940, Hitler está en su apogeo y su condición de judía comienza a ocasionarle problemas.
En Marsella, a los 31 años, conoce al sacerdote dominico J. Perrin, quien la ayuda a encontrar trabajo manual en la granja de Gustave Thibon, escritor católico (junio de 1941). Con el p. Perrin se plantea el tema de su bautismo, pero, a pesar del aliento del sacerdote, Simone se resiste. Sus razones y sus dudas, expuestas en cartas y notas, aparecerán más tarde en los libros "Espera de Dios" y "Carta a un religioso". Con Thibon, pese a un comienzo difícil, ("los primeros contactos fueron penosos, no coincidíamos en casi nada... yo tenía que armarme de paciencia y cortesía ", dirá él más tarde), se entabla una amistad breve, pero importante: a él confiará ella sus libros de notas, antes de partir, en mayo de 1942, a Nueva York con su familia. Thibon, por su parte, será uno de sus más fervientes admiradores ("nunca he dejado de creer en ella" ... "no he encontrado jamás en un ser humano semejante familiaridad con los misterios religiosos; jamás la palabra sobrenatural me ha parecido tan llena de sentido como a su contacto" ) y quien, a su muerte, editará una compilación de sus notas, bajo el título "La gravedad y la gracia". Este libro, junto con "Espera de Dios", son sus obras más notables.
Simone, una vez en Nueva York, trata de unirse al movimiento de la resistencia: viaja a Londres e intenta ingresar a Francia como combatiente, pero sólo logra un puesto en la organización Francia Libre, donde redacta informes. En abril de 1943 se le diagnostica tuberculosis. En el hospital, se niega a consumir los alimentos que su estado requerían, y muere el 24 de agosto, a los 34 años. Es sepultada en Kent.
En esos momentos, es prácticamente desconocida. Pocos rastros quedan de su limitada notoriedad en la década del 30, como intelectual de izquierda. No ha publicado ningún libro y se ha mantenido apartada de los círculos literarios. Al fin de la guerra, sus amigos comienzan a editar sus escritos; además de los nombrados, se destacan "La opresión y la libertad", escrito en 1934, notabilísima muestra de su evaluación del marxismo y su filosofía política general, de la que nunca se retractó; "Las raíces del existir", "La fuente griega" son otras de sus obras. Desde entonces, Simone Weil ha atraído la atención de muchísimos literatos, filósofos, teólogos y sociólogos. Intelectuales como Albert Camus y T. S. Eliot le profesan una enorme admiración. Su lucidez, honestidad intelectual y desnudez espiritual constituyen una combinación rara, e inolvidable para todos los lectores, de diversas tendencias de pensamiento, que han se han alimentado de su obra.