Los que tenemos hijos sabemos cuánto dependen de nosotros en los primeros años de sus vidas e incluso siendo ya más mayores, no dejan de mantener cierto lazo afectivo que por unas razones u otras, no siempre desinteresadas, les hace mirar para que ,si caen, estemos a su lado. es una tendencia muy humana agarrarnos a lo que nos da seguridad siempre con el riesgo de no llegar a madurar lo suficiente para llegar a ser verdaderamente autónomos en nuestra vida lo que no significa abandonar y olvidarnos de los demás.
Algo así les ocurrió a aquellos galileos cuando el Maestro los deja, no quieren que les abandone, se sienten incapaces de afrontar la misión que, saben, deben llevar a cabo siguiendo la estela y el encargo de su Señor que les dice que es conveniente que se vaya. Jesús es "arrebatado" por el Padre, de la historia humana para dejar su sitio a su espíritu unificador que entrega a los que desde hace 2000 años hemos seguido siendo llamados para seguir anunciando su mensaje salvador a la humanidad. Cristo "asciende" para dejarnos ser mayores de edad en la difícil misión de anunciar su Evangelio pero nos deja como legado su presencia misteriosa y unificadora en la comunidad y en los sacramentos. Nos entrega su Espíritu, que es el Espíritu de Dios, que nos irá transformando en hijos en el Hijo y nos dará la fuerza para colaborar en la salvación del mundo. Pero eso será otra historia: Pentecostés
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