Domingo XXXI Tiempo
Ordinario
30 octubre 2011
Evangelio de
Mateo 23, 1-12
En aquel tiempo, Jesús habló a la gente
y a sus discípulos diciendo:
— En la cátedra de Moisés se han
sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan, pero no
hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.
Ellos lían fardos pesados e
insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están
dispuestos a mover un dedo para empujar.
Todo lo que hacen es para que los vea
la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan
los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas;
que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame “maestro”.
Vosotros, en cambio, no os dejéis
llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois
hermanos.
Y no llaméis padre vuestro a nadie en
la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el del cielo.
No os dejéis llamar jefes, porque uno
solo es vuestro Señor, Cristo.
El primero entre vosotros será vuestro
servidor.
El que se enaltece será humillado, y el
que se humilla será enaltecido.
*****
UN EVANGELIO ANTICLERICAL
Sobre
el capítulo 13 del evangelio de Mateo, cuyo comienzo (1-12) leemos en este
domingo, Francesc Riera ha escrito que constituye “una página anticlerical como pocas” (F. RIERA, El evangelio de Mateo, vol.2, Sal Terrae, Santander 2010, p.45).
Ciertamente,
es un capítulo que destaca por la dureza de sus juicios acerca de los fariseos
–élite religiosa judía- y de los escribas o “teólogos oficiales”,
pertenecientes también a aquel mismo grupo.
Trataremos
de comprender el texto en sí mismo y, a continuación, nos preguntaremos hasta
qué punto puede remontarse al Jesús histórico, o se trata más bien de descalificaciones
surgidas en una polémica posterior.
La
“cátedra de Moisés” hace referencia a
la sede desde la que los escribas comentaban la Toráh. Las “filacterias”
eran estuches de cuero que contenían textos bíblicos. Se llevaban, para la
oración, en la frente y en el brazo izquierdo. De ese modo, creían observar literalmente aquel precepto bíblico de “tener
siempre presente la Ley”. Las franjas adornaban
ostentosamente el manto de la oración.
El
capítulo se abre con una invectiva durísima contra los maestros “oficiales” de
la religión. Se les acusa de incoherencia, falsedad o hipocresía: “no hacen lo
que dicen”. Es, probablemente, la acusación que más hace tambalear a cualquier
tipo de magisterio; el predicador se desacredita a sí mismo debido a su
incoherencia.
Pero
hay más. No contentos con ello, se empeñan en imponer cargas insoportables a la
gente, mientras ellos no mueven un dedo. Es la misma incoherencia, con el
añadido de la imposición severa sobre los otros: a la hipocresía se le añade el
abuso de autoridad para, en nombre de la religión que ellos no viven, oprimir a
quienes los siguen de buena fe.
Ellos
viven para la imagen: buscan el reconocimiento social, los puestos de honor,
las reverencias y los títulos.
En
las líneas que siguen, parece claro que los destinatarios son ya los
responsables de las jóvenes comunidades cristianas. Es a ellos a quienes se les
insiste en que no se hagan llamar “maestro” (rabbí), ni “padre”, ni “guía” o instructor.
En la comunidad cristiana, no cabe ninguna
otra jerarquía que no sea la del servicio. Indudablemente, la organización
es imprescindible en cualquier grupo humano que quiera asegurar una
continuidad. Pero no es menos cierto que la organización necesaria fácilmente
desemboca en una jerarquización desmesurada, a la que pueden aplicarse las
palabras que comentábamos.
Críticas
que pueden dirigirse a cualquier autoridad religiosa que muestra preferencias
por el reconocimiento social, los primeros puestos, las reverencias, las
denominaciones, los títulos… o incluso la ropa. Pero que han de tener,
lógicamente, una incidencia mayor cuando esa autoridad se remite al propio
evangelio. Por eso, no debería extrañarnos el recelo de tanta gente sencilla
cuando ve gestos, actitudes y comportamientos de autoridades religiosas cristianas.
La segunda cuestión a abordar en este
comentario es la referida a la autoría de todas estas denuncias. ¿Son palabras
de Jesús… o de cristianos de la segunda generación, que han puesto en su boca?
¿Fueron pronunciadas en los años 30… o en los 80, cuando los judeocristianos
fueron expulsados de la sinagoga?
Aunque
no es fácil tener certeza absoluta, lo más probable es que la segunda
posibilidad sea la más cierta. Es innegable el conflicto que Jesús vivió con la
autoridad religiosa de su pueblo. Puede admitirse, incluso, que tuviera sus
discrepancias con los grupos fariseos o algunos escribas (aunque sin negar
grandes sintonías entre el maestro de Nazaret y el grupo fariseo). Lo que
después nos ha llegado habría sido filtrado por unas comunidades cristianas que
se encontraron en medio de una polémica fratricida con el fariseísmo surgido de
Jamnia, empeñado en excluir de la sinagoga a los seguidores de Jesús. Como
reacción, las comunidades cristianas, reconociéndose a sí mismas como “el nuevo
y verdadero Israel”, cargaron las tintas contra el grupo fariseo, al que
acusaban de pervertir la tradición de su pueblo.
Es
conocido que, hasta la destrucción del Templo de Jerusalén, en el año 70,
dentro del judaísmo convivían, mejor o peor, distintos grupos: fariseos,
saduceos, esenios, baptistas, cristianos…
A
partir del año 70, quedan únicamente dos grupos: uno mayoritario, reconstruido
por los fariseos en la asamblea de Jamnia, y el minoritario de los
“cristianos”. Cuando aquéllos, en su afán de preservar el judaísmo ortodoxo
tras la catástrofe de la destrucción, deciden excomulgar a los discípulos de
Jesús, éstos reaccionan del mismo modo.
Pues
bien, en esta agria polémica –de la que encontramos también testimonios en el
Libro de los Hechos de los Apóstoles-, es donde nacieron, probablemente, las
acusaciones antifariseas, como las que se contienen en el capítulo 13 de Mateo.
El evangelista, al redactar su texto, no duda en poner en labios de Jesús las
descalificaciones que, en realidad, eran posteriores.
Este
modo de hacer, que a nosotros no sólo nos sorprende, sino que nos parece
gravemente “falsificador”, no resultaba inhabitual en aquel contexto. Y sólo
desde aquella perspectiva podremos comprenderlo.
Finalmente,
por más que el texto, tal como nos ha llegado, recoja los juicios de la
comunidad cristiana, con ello no se niega que alguna de las denuncias no
perteneciera propiamente al Jesús histórico. Pero no parece posible establecer
una delimitación ni siquiera aproximada.
Lo que podemos aprender de toda esta
“peripecia histórica” no es poco:
·
Las luchas fratricidas en nombre de la religión
han sido una constante en la historia de la humanidad. Judíos todos ellos,
fariseos y cristianos vivieron la separación (legítima) en forma de desgarro
violento, en el que se buscaba directamente la eliminación del contrario. ¿Qué
religión es ésa que antepone sus “intereses” al bien de las personas?
·
Si miramos hacia atrás, en nuestra “historia
cristiana”, aceptaremos que lo ocurrido en ella, a nivel de la institución
religiosa, ha dejado cortas las denuncias que el capítulo 13 de Mateo dirige
contra los fariseos y escribas. ¿Qué religión es ésa que persigue la imagen,
busca el poder y oprime la conciencia de sus seguidores?
·
El anticlericalismo es la reacción pendular a
una situación anterior de clericalismo. Por eso, ante cualquier brote
anticlerical, sería bueno que, en lugar de alimentar la espiral de acusaciones
y descalificaciones, nos preguntáramos si, como institución, hemos dado algún motivo
para el mismo. Si Jesús era “anticlerical”, ¿por qué la religión llegó a
“clericalizarse” hasta el extremo?
·
Las acusaciones dirigidas a los fariseos, en ese
capítulo, constituyen una magistral descripción de lo que es el ego y su forma
de funcionar. Religioso o no, el ego vive para el reconocimiento –de hecho,
“ego”, “imagen” o “personaje” son sinónimos- en todas sus formas. ¿Qué religión
es ésa que se deja atrapar por el ego y que incluso lo potencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario