El juicio a Cristo
Por Pedro Fernández Barbadillo
La aristocracia judía condenó a muerte a Jesucristo y lo entregó al poder romano para que lo ejecutase. Ese juicio es sin duda el más resonante de la historia de la humanidad. En él, el Sanedrín violó numerosas leyes del pueblo judío: no menos de una veintena.
En estos días, los cristianos recuerdan en la liturgia y en las lecturas evangélicas la Pasión de Cristo. Ésta comienza con la detención de Jesucristo por los criados del sumo sacerdote y la guardia del Templo. El siguiente paso es el juicio realizado por el Sanedrín, en el que sus miembros condenan a Jesucristo a muerte. Aunque el juicio se recubrió de apariencia legal, la sentencia ya estaba dictada de antemano, para lo cual el sumo sacerdote, Caifás, y sus acólitos no dudaron en vulnerar las leyes y los precedentes judíos.
Los hermanos Agustín y Joseph Lémann, judíos franceses que se convirtieron al catolicismo y se ordenaron sacerdotes, escribieron un libro, La asamblea que condenó a Jesucristo, en el que encuentran hasta veintisiete ilegalidades. Las fuentes documentales principales que usan son los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, los escritos del historiador Flavio Josefo –procedente de una familia de sacerdotes–, el Talmud y la Mishná.
El Sanedrín era el tribunal supremo de los judíos y lo formaban setenta y un miembros repartidos en tres cámaras: la de los sacerdotes –la más importante–, la de los escribas y la de los ancianos. El sumo sacerdote en esos años era, como ha quedado dicho, Caifás, y fue él quien presidió las deliberaciones contra Jesús. Su suegro, Anás, había desempeñado el mismo cargo, y aunque lo había dejado hacía tiempo seguía siendo consultado por su autoridad; sus hijos (Eleazar, Jonatás, Teófilo, Ananías y Matías) eran también sacerdotes y miembros del Sanedrín.
El procedimiento para una condena
Entre las normas que regulaban el Sanedrín como tribunal penal estaban las siguientes:
- No podía juzgar ni reunirse en sábado ni en día de fiesta; tampoco lo podía hacer en la víspera de un sábado o de un día de fiesta.
- No podía instruir un asunto capital durante la noche, ni comenzar la sesión antes del sacrificio matutino y continuarla después del sacrificio vespertino.
- Los testigos debían ser dos, como mínimo. Declaraban por separado y en presencia del acusado. Se les tomaba juramento, y sus declaraciones debían ser coincidentes en todo; de lo contrario, sus testimonios se anularían. Por ejemplo, si se acusaba a alguien de idolatría, delito gravísimo, y un testigo decía que el reo adoraba al Sol y otro a la Luna, la acusación se anulaba.
- Si se debatía una sentencia de muerte, ésta sólo podía dictarse al día siguiente del juicio. Además, los jueces tenían que reunirse por parejas para volver a analizar la causa; a fin de garantizar su ecuanimidad, la ley les prohibía beber vino y darse comilonas. Cuando llegaba la votación, un escriba anotaba apuntaba las absoluciones y otro las condenas.
- Para aprobar la pena capital, los votos favorables tenían que superar en dos a los absolutorios. Y la condena había de pronunciarse en la llamada sala Gazit o de sillería, una de las dependencias del Templo.
Caifás, juez y fiscal
De acuerdo con los Evangelios, el Sanedrín dedicó al juicio de Cristo dos sesiones. La primera comenzó de noche, después del sacrificio vespertino y el primer día de ázimos, víspera de la Pascua. Ya hemos enunciado tres infracciones. A partir de aquí se acumularon.
Caifás interrogó a Jesús a la vez que se sentaba entre los jueces. Los miembros del Sanedrín permitieron que un guardia abofetease al acusado. Los guardias del Templo presentaron a individuos del populacho como testigos de cargo, y muchos de ellos se contradijeron en sus testimonios; dos llegaron a declarar juntos. Todo esto contravenía las normas. Sólo por las contradicciones entre los testigos, el Hijo de Dios debió haber sido absuelto.
Ante el silencio de Cristo, Caifás trató de hacerle hablar: "Te conjuro por el Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías". A los testigos se les debía hacer jurar para que dijesen la verdad, pero no a los acusados, porque se les ponía en la alternativa de perjurar o acusarse a sí mismos. Una nueva ilegalidad.
Cuando Cristo respondió "Soy yo", Caifás se rasgó sus vestiduras, vulnerando así no sólo los códigos de conducta sino el mandato que le prohibía romperlas porque representaban el sacerdocio. Calificó él mismo el delito ("¡Blasfemó!"), detuvo el juicio ("¿Qué necesidad tenemos ya de testigos?") y pidió la opinión de los demás jueces ("¿Qué os parece?").
Los miembros del Sanedrín dictaron la sentencia de muerte sin deliberación, en el acto, sin aguardar al día siguiente, y de manera tumultuaria. Tampoco aparecieron los dos escribas que anotaban los votos.
La sede del tribunal, una casa particular
Al día siguiente, el Sanedrín se reunió para debatir cómo presentar al pueblo judío la condena a muerte de Jesús, totalmente nula por la cantidad de irregularidades cometidas. La reunión comenzó al amanecer, antes del sacrifico matutino, y el día de la gran fiesta de Pascua: dos vulneraciones más.
De nuevo se interrogó a Jesús, que reconoció ser Hijo de Dios, y por segunda vez se produjo una votación en masa, no individual, y sin guardar los plazos exigidos.
La última de las irregularidades se cometió al principio del juicio: la sentencia de muerte se dictó en la casa de Caifás (el evangelista Juan dice que primero llevaron a Jesús a la casa de Anás, pero que luego le trasladaron a la de su yerno), cuando sólo podía haberse pronunciado en la sala de sillería.
Y así aparece escrito en el Evangelio de San Juan: "Llevaron a Jesús desde casa de Caifás hasta el pretorio de Pilatos".
De esta manera, Cristo pasó de las manos del Sanedrín a las de Roma, porque ésta había arrebatado a las autoridades judías el derecho de dar muerte a condenados (ius gladii). Los ejecutores de la condena tenían que ser los romanos. Y para persuadir a Poncio Pilatos, que no encontró culpa en Jesús, los sacerdotes montaron por medio de sus criados un motín para forzarle a crucificar al Mesías.
Los hermanos Lemánn se preguntan al final de su libro:
¿Quién es Éste contra quien el Sanedrín violó toda justicia?
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