Desde hace ya algún tiempo la Iglesia ha procurado la formación no sólo de quienes están comprometidos en ella sino de quienes tienen interés en los asuntos teológicos, y yo, como profesor de Religión y Moral Católica, he intentado siempre que mis alumnos distingan con claridad entre lo que encierran las palabras y expresiones contenidas en los relatos bíblicos, y el texto escrito en sí, que siempre responde a una intencionalidad del autor ( lo que en literatura se llama género literario) enmarcada en la situación histórica en la que vivió y escribe.
El Papa ha hecho unas declaraciones en el libro la Infancia de Jesús, que aún no he leído, cuyo fin me parece que va por este camino, no se ha inventado nada ni ha pretendido ser un aguafiestas tal y como algún descerebrado ha dicho. Los prejuicios de los considerados expertos de la opinión de los medios los deja en evidencia, no informan u opinan, malinforman y confunden, y eso con cualquier otro asunto les traería problemas, menos mal que con la Iglesia se puede hacer porque les sale gratis y les aporta algún fan más.
A cerca de esto les dejo con este comentario de InfoCatólica
21.11.12
El buey, la mula y la frivolidad
A las 11:50 PM, por Guillermo Juan Morado
Categorías : General
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Lo
ligero, lo veleidoso y lo insustancial parecen tener las de ganar en
nuestra época. No he tenido aún ocasión de leer el libro de Joseph
Ratzinger sobre “La infancia de Jesús”, pero muchas de las
noticias de prensa que han ido apareciendo me han desconcertado: “El
Papa dice que en el pesebre no había ni buey ni mula”; “el papa elimina a
la mula y el buey del portal de Belén”, etc.
Sorprende que un libro que trata sobre los primeros años de la vida de Jesús de Nazaret sea recibido de este modo. Jesús es Jesús. Solo Él ha partido al medio la historia de la humanidad: desde Él y por Él los años y los días se cuentan “antes” y “después” de Cristo. Solo Él ha sido reconocido por muchos, entre los que me cuento, como el revelador y la revelación de Dios.
El papa no parece decir nada que no hayan dicho primero los evangelios. San Mateo es extremadamente parco. Hablando de la visita de los Magos dice: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). San Lucas no se extiende mucho más: “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2,7).
El evento central, el nacimiento de Jesús, es descrito con total austeridad, sin adornos. Se habla del nacimiento del hijo de María y de los primeros cuidados: “lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”.
Un albergue era una sala amplia y común que tenían algunas viviendas de Palestina para las celebraciones familiares o la acogida de los parientes. Quizá en uno de los muros de la casa había, adosado, un pesebre, donde recostaron a Jesús.
No hay ningún signo de grandeza ni de poder, sino el testimonio de la una familia y de una madre que cumplen con sus deberes.
Los Padres de la Iglesia, meditando sobre el significado de estos textos evangélicos, se hicieron eco de un versículo del libro del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno (o la mula) el pesebre de su dueño” (Is 1,3). ¿Qué querían decir con eso? Que tanto los judíos como los paganos – es decir, la humanidad entera – precisaban un salvador.
En este texto de Isaías se inspiró la tradición cristiana para introducir, junto a la cuna de Jesús, un buey y un asno (o una mula), capaces de reconocer al único Señor.
La Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. No obstante, nada hay de malo en que una idea, una convicción, se revista de elementos imaginativos, como es el caso del buey y de la mula.
Quedarse en la anécdota sería superficial. Pero todo apunta a pensar que esa superficialidad no es del todo inocente. Tal vez molesta demasiado que Dios se haya acercado tanto a nosotros.
Guillermo Juan Morado.
Sorprende que un libro que trata sobre los primeros años de la vida de Jesús de Nazaret sea recibido de este modo. Jesús es Jesús. Solo Él ha partido al medio la historia de la humanidad: desde Él y por Él los años y los días se cuentan “antes” y “después” de Cristo. Solo Él ha sido reconocido por muchos, entre los que me cuento, como el revelador y la revelación de Dios.
El papa no parece decir nada que no hayan dicho primero los evangelios. San Mateo es extremadamente parco. Hablando de la visita de los Magos dice: “Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11). San Lucas no se extiende mucho más: “dio a luz a su hijo primogénito. Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue” (Lc 2,7).
El evento central, el nacimiento de Jesús, es descrito con total austeridad, sin adornos. Se habla del nacimiento del hijo de María y de los primeros cuidados: “lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre”.
Un albergue era una sala amplia y común que tenían algunas viviendas de Palestina para las celebraciones familiares o la acogida de los parientes. Quizá en uno de los muros de la casa había, adosado, un pesebre, donde recostaron a Jesús.
No hay ningún signo de grandeza ni de poder, sino el testimonio de la una familia y de una madre que cumplen con sus deberes.
Los Padres de la Iglesia, meditando sobre el significado de estos textos evangélicos, se hicieron eco de un versículo del libro del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el asno (o la mula) el pesebre de su dueño” (Is 1,3). ¿Qué querían decir con eso? Que tanto los judíos como los paganos – es decir, la humanidad entera – precisaban un salvador.
En este texto de Isaías se inspiró la tradición cristiana para introducir, junto a la cuna de Jesús, un buey y un asno (o una mula), capaces de reconocer al único Señor.
La Navidad no es un cuento para niños, sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz verdadera. No obstante, nada hay de malo en que una idea, una convicción, se revista de elementos imaginativos, como es el caso del buey y de la mula.
Quedarse en la anécdota sería superficial. Pero todo apunta a pensar que esa superficialidad no es del todo inocente. Tal vez molesta demasiado que Dios se haya acercado tanto a nosotros.
Guillermo Juan Morado.
2 comentarios:
¿Y hay, papa defensor de los desheredados, dignidad para los no favorecidos como por la que luchaba el creador de tan exitosa secta en ese pesebre de Belén?
SÍ
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