Aleteia / Luis Santamaría
¿Es cierta la profecía de San Malaquías sobre los Papas? ¿Escribió este santo obispo irlandés medieval la lista profética? Si es así, ¿qué hemos de pensar de ella? ¿Estamos ante el final de
Cuando hoy, 28 de febrero, Benedicto XVI deje el papado,
1. San Malaquías es un personaje que existió verdaderamente y que es reconocido como santo por
Ante el riesgo de tachar todo episodio histórico poco claro de legendario, lo primero que hay que afirmar es que San Malaquías de Armagh, obispo irlandés, es un personaje histórico. El resumen que hace el Martirologio Romano (el catálogo de los santos reconocidos por
En un momento difícil para
2. San Malaquías fue considerado un santo hacedor de milagros y visionario. Entre sus profecías, se le atribuye una lista de los Papas desde su tiempo hasta el fin del mundo.
En su hagiografía se cuentan varios milagros y predicciones, entre las que destacarían la de su propia muerte y algunas sobre
Lo más curioso y enigmático de este vaticinio es que cada Papa viene designado con un lema breve en latín, que presuntamente refleja su personalidad o las circunstancias históricas de su ministerio.
Así, si tomamos los lemas que corresponderían a los últimos Papas, nos encontramos con “Pastor angelicus” para Pío XII, “Pastor et nauta” para Juan XXIII, “Flos florum” para Pablo VI, “De medietate lunae” para Juan Pablo I, “De labore solis” para Juan Pablo II y, por último, “Gloria olivae” para Benedicto XVI. El último pontífice, número 112, tiene como lema “Petrus romanus”, y el texto de la profecía es más explícito que en el resto del catálogo: “En la persecución final de
3. La primera atribución de la lista de Papas a San Malaquías data de finales del siglo XVI, casi 450 años después de su muerte, y todos los indicios apuntan a que es falsa.
Aquí nos encontramos con algo semejante a lo que ocurre con la célebre oración “Haz de mí un instrumento de tu paz”, que se atribuye a San Francisco de Asís cuando resulta que no se ha conocido el texto hasta el siglo XIX. La primera aparición del listado de Papas supuestamente redactado por San Malaquías data del año 1595, casi 450 años después de la muerte del prelado irlandés. No hay texto anterior alguno ni, por supuesto, manuscrito original ni nada que se le parezca. Un historiador benedictino, Arnoldo de Wyon, fue quien publicó ese año el documento profético (“una cierta profecía”, lo llamó) y quien lo atribuyó a San Malaquías.
Hay varias razones de peso, además de lo ya dicho, para rechazar la autoría. Por ejemplo, el principal biógrafo del arzobispo, que fue San Bernardo de Claraval, cuenta en su obra los milagros y predicciones, pero no habla para nada de la lista de Papas. Ni lo hace ningún autor anterior a 1595. No tenemos datos para rastrear su origen, y por tanto no sabemos si el monje Arnoldo se encontró el texto y lo aceptó de forma acrítica, o si lo compuso él directamente. Estamos hablando de lo que en literatura se denomina “pseudoepigrafía”, es decir, la atribución de un documento a un autor para que gane en autoridad y credibilidad, pero siendo falsa esa autoría.
Un elemento interno muy interesante a la hora de juzgar el texto es, además, el acierto o no de las predicciones. El apologista católico Jimmy Akin, de Catholic Answers, ha hecho un exhaustivo estudio de los nombres que aparecen en la lista de Papas y asegura, con los datos en la mano, que los anteriores a 1590 alcanzan un índice de acierto del 95 %, mientras que los posteriores a esa fecha sólo son satisfactorios en el 8 % de los casos. La composición en torno a esa fecha es, por lo tanto, algo más que probable. Incluso se ha apuntado que los aciertos y errores en los lemas latinos coinciden en gran medida con una obra escrita en el siglo XVI por el agustino Onofrio Panvinio, Epitome Romanorum pontificum.
4.
Lo primero que hay que aclarar, una vez más, es que
Dicho esto, hay que afirmar que
5. ¿Qué pensar, entonces, de la profecía falsamente atribuida a San Malaquías?
Algunos pueden pensar que hay algo de verdadero, pero todo lo que parezca acierto ha de considerarse una simple coincidencia. Además, hay que tener en cuenta que, como en el caso de Nostradamus y de tantos otros visionarios, se emplea un lenguaje sibilino u oracular, lo suficientemente vago para que pueda “demostrarse a posteriori” su acierto. Basta con ser un poco hábil entremezclando catástrofes y felicidades para escribir algo que pueda aplicarse a los hechos venideros sin mucha dificultad.
Y para entenderlo nos puede valer un ejemplo bien conocido de la mitología clásica: cuando Creso, rey de Lidia en el siglo VI a.C., se preparaba para la batalla contra Ciro, rey de Persia, consultó al célebre oráculo de Delfos, y recibió por respuesta que si trababa combate un imperio sería destruido. Animado por lo que consideraba un buen augurio de victoria, se lanzó a la batalla con otras potencias aliadas y resultaron derrotados, cumpliéndose así el vaticinio, pero no como él lo había imaginado: fue su imperio el que desapareció.
Una persona con fe no puede vivir pendiente de estos anuncios –nada infalibles, por cierto– que pretenden conocer de antemano el futuro. Hacerlo es dejar de lado la confianza en
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