La resurreción es el alma de la fe cristiana porque nos descubre que ningún mal, ningún sufrimiento o injusticia, incluso la muerte, tienen la última palabra en la historia de los hombres.
El gran reto de la teología moderna es dialogar con un mundo descreido para proponer con una nueva metodología, la importancia de la experiencia de fe para el hombre en su camino de plena humanización y como respuesta a los grandes interrogantes existenciales. Los creyentes en Jesús de Nazaret, ya no tenemos duda: el cielo existe, es Dios mismo, con su vida eterna, y en él no hay lugar para el dolor, la injusticia, la discriminación, la esclavitud, la duda, la desesperanza. Jesús testifica que hay un Dios, Principio y Padre de todos, que tiene la última palabra. Y El nos espera para ser definitivamente en Él.
¿Qué significa resucitar? Los cristianos afirmamos que la resurrección no es una palabra vacía. Resucitar significa que Jesús, en la muerte y desde la muerte, entró en el ámbito mismo de la vida divina, realidad primera y última, inabarcable y omniabarcadora. El Crucificado continúa siendo el mismo, junto a Dios, pero sin la limitación espacio-temporal de la forma terrenal. La muerte y la resurrección no borran la identidad de la persona sino que la conservan de una manera transfigurada, en una dimensión totalmente distinta. Para hacerlo pasar a esta forma de existencia distinta, Dios no necesita los restos mortales de la existencia terrena de Jesús. La resurrección queda vinculada a la identidad de la persona, no a los elementos de un cuerpo determinado. La fe cristiana asegura que el Dios del comienzo es también el Dios del final, que el Dios que es el Creador del mundo y del hombre, es también el que lleva a éstos a su plenitud.
Resucitar significa que la persona que muere, no se disuelve, continúa, y que el cuerpo sí que se disuelve pero entrando en una dimensión nueva. Hay continuidad y discontinuidad.
Resucitar significa apostar, como Jesús, por la vida, llegando incluso a soportar en esta lucha el vituperio del fracaso de este mundo, pero seguros de que la inocencia del Justo será reconocida y premiada por Dios. Dios tiene siempre la última palabra, no la iniquidad.
Resucitar significa que estamos ya, en una marcha dinámica, hacia la resurrección, en lucha contra todo lo que bloquea, merma y quita la vida.
El Resucitado ha dicho: “Quiero que donde yo estoy, estéis también vosotros”. Es el mensaje más inaudito de la fe cristiana.A pesar de la muerte, hay que soñar, trabajar y luchar para que este nuestro planeta sea la casa de todos, donde cada vez haya menos odio, menos injusticia, menos hostilidades, menos egoísmos, menos sufrimientos, menos guerras, menos ruinas y miserias, más justicia, más libertad, más amor, más paz, más felicidad. Es el ir anticipando el cielo en la tierra.
Los que se van no se van al vacío, sino a la vida maravillosa de Dios, al cielo. Pero para llegar al cielo no hay más que un camino: la tierra.
Una vez más es Xavier Pikaza quien nos proporciona unas claves sencillas y someras de aquellos aspectos más sobresalientes de los relatos de la Resurrección en el Nuevo Testamento. Que los disfrutéis.
Ha resucitado Jesús, Feliz pascua a todos los amigos, feliz día a todos los cristinoa, esperanza de vida para todos los hombres y mujeres de la tierra. Aneste Khristos, ha resucitado el Cristo Jesús. Ésta es la palabra central de la historia, para todos los cristianos; la palabra que nosotros queremos cantar en gesto alegre. No es palabra de imposiciòn, no es un norma opresora. Es simple gozo, gozo de vivir, de ser amados por Dios, gozo sin más: La viuda ha triunfado sobre la muerte Fiel al espíritu de mi blog, quiero felicitar a los amigos y lectores con una reflexón sobre la primera experiencia de Pascua, diciendoque que en ella los han descubierto a Jesús como Presencia de Dios, Vida Divina, es decir, la plenitud de la Vida Humana. Desde ese fondo quiero ofrecer un pequeño esquema de las “apariciones pascuales”, entendidas como experiencia nueva de presencia y transformación. Con ellas deseo a todos los amigos del blog una feliz pascua de Resurrección. Al final de las experiencias de Pascua, con todas ellas, debe estar tu experiencia, si eres cristiano. Sólo aquel que ha experimentado en su vida la presencia y vida del Señor Jesús puede llamarse realmente cristiano.
Texto
Porque en primer lugar os he enseñado lo que también yo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras; que se hizo ver a Pedro… (1 Cor 15, 3-5).
El sujeto
El sujeto de quien se hacen estas afirmaciones no es el Jesús histórico, sino el Cristo de la fe, a quien la Iglesia ha visto como enviado escatológico (resucitado) de Dios. Pero ese Cristo es el mismo Jesús que ha muerto, el mismo a quien Pablo había querido borrar de la memoria de Israel, persiguiendo y destruyendo a sus seguidores, los cristianos. Pablo quería destruir esa historia de Jesús, porque en ella se dice que el Cristo de Israel ha muerto, de manera que el Mesías es un Crucificado según Ley (Gal 3, 10-13), alguien que va, por tanto, en contra del triunfo de Israel. (2) Porque esa muerte del Cristo permite y exige romper la diferencia que debe haber entre Israel y los restantes pueblos. Pablo pensaba que la historia de Jesús destruía la identidad israelita. Pero en un momento dado él “le ha visto” y ha descubierto que es Hijo de Dios y que su mensaje pascual (universal) es verdadero. Desde ese fondo entiende la muerte y resurrección de Jesús como centro de la fe cristiana. No todos los grupos cristianos resumirían así el “misterio” de Jesús. Pero es evidente que Pablo quiere ofrecer una visión que pueda ser aceptada por otros:
El sujeto de quien se hacen estas afirmaciones no es el Jesús histórico, sino el Cristo de la fe, a quien la Iglesia ha visto como enviado escatológico (resucitado) de Dios. Pero ese Cristo es el mismo Jesús que ha muerto, el mismo a quien Pablo había querido borrar de la memoria de Israel, persiguiendo y destruyendo a sus seguidores, los cristianos. Pablo quería destruir esa historia de Jesús, porque en ella se dice que el Cristo de Israel ha muerto, de manera que el Mesías es un Crucificado según Ley (Gal 3, 10-13), alguien que va, por tanto, en contra del triunfo de Israel. (2) Porque esa muerte del Cristo permite y exige romper la diferencia que debe haber entre Israel y los restantes pueblos. Pablo pensaba que la historia de Jesús destruía la identidad israelita. Pero en un momento dado él “le ha visto” y ha descubierto que es Hijo de Dios y que su mensaje pascual (universal) es verdadero. Desde ese fondo entiende la muerte y resurrección de Jesús como centro de la fe cristiana. No todos los grupos cristianos resumirían así el “misterio” de Jesús. Pero es evidente que Pablo quiere ofrecer una visión que pueda ser aceptada por otros:
Murió y resucitó…
1. Cristo murió. Éste es un hecho histórico, que el credo de la Iglesia resaltará diciendo que padeció (murió) bajo Poncio Pilato, en la historia de los hombres. Aunque no cite a Pilato, Pablo cree que la muerte de Jesús es un hecho histórico, aunque lo interprete diciendo que ha muerto por nuestros pecados, según las escrituras. La muerte de Jesús, que se inscribe en toda la dinámica de la manifestación de Dios en Israel (que pusimos de relieve en cap. 1), ha estado y sigue estando vinculada a los pecados de los hombres, que Pablo define como “nuestros”. No son los pecados de otros (de Pilato, o de los sacerdotes), sino los de aquellos que, ante la cruz, nos reconocemos culpables (empezando por los judíos). Según la Escritura, la historia de Jesús, que culmina en su muerte, es inseparable del pecado de los hombres.
a. Por nuestros pecados. La muerte del Cristo no es un dato abstracto, de tipo ontológico (¡todo ser humano tiene que morir!), sino un acontecimiento histórico que ha tenido lugar porque somos pecadores y porque unos hombres concretos le han (le hemos) matado. Pablo no está hablando aquí del pecado de otros, sino del “nuestro”, en el doble sentido de la palabra: (1) Nosotros, los hombres, le hemos matado (no los ángeles perversos de 1 Henoc), desplegando así nuestro máximo pecado. (2) Él ha muerto para liberarnos de nuestros pecados.
b. Según las Escrituras. A juicio de Pablo y de los primeros cristianos, la muerte de Jesús se hallaba “anunciada” por la dinámica espiritual y teológica de la Biblia. Desde este fondo se entiende la unidad y diferencia entre Biblia judía y Biblia cristiana. Los maestros de la Misná entenderán la Escritura como libro que se expande y expresa en las leyes nacionales del judaísmo rabínico. Pablo, en cambio, piensa que ella desemboca y se cumple en la muerte de Jesús. Por eso, la clave para interpretarla no es el cumplimiento de la Ley (Misná), sino la muerte y presencia pascual de Jesús, que sucede “según las Escrituras”, como manifestación del amor divino sobre los pecados de los hombres.
2. Fue sepultado. También es un hecho histórico, lo mismo que la muerte, pero hay una diferencia. Pablo no ha desarrollado aquí ninguna “teología de la sepultura”. La muerte tenía un sentido salvador (¡por nuestros pecados!), mientras que la sepultura aparece como un simple dato histórico, sin carácter salvador, a no ser que la asociemos con la muerte y digamos que él fue enterrado “por nuestros pecados según las Escrituras”. En un nivel somático, la historia terrena de Jesús terminó en el sepulcro. Parece que, en ese plano, según Pablo no se puede hablar de resurrección. El tema de la posible tumba abierta no le importa. No dice a sus lectores que vayan allí, para que vean que la tumba está vacía, como dirá el ángel de Marcos 16, 6: “Ha resucitado! No está aquí. Mirad el lugar donde le pusieron”.
3. Resucitó. Como buen fariseo, Pablo esperaba la resurrección universal de los muertos, de manera que podría haberlo destacado. Pues bien, en lugar de esa resurrección universal, Pablo evoca aquí “sólo” la de Jesús, que marca y define la fe de la iglesia, con sus dos palabras interpretativas: “al tercer día” y “según las Escrituras”. Pues bien, esa resurrección de Jesús no es algo aislado, sino que implica de algún modo el comienzo de la resurrección mesiánica de los muertos.
a. Al tercer día. Es el día escatológico, tiempo de la actuación de Dios, que ahora aparece vinculado a la culminación de la historia de Jesús. En el lenguaje de aquel tiempo, el tercer día marca el momento de la muerte definitiva (es el día en que se dice que los difuntos han fallecido del todo, de forma que el alma-vida ha partido ya del cadáver). Pues bien, allí donde la muerte se instaura como “vencedora” irrumpe, en un sentido más alto, el tercer día de la acción de Dios. Desde una perspectiva cristiana, ese día es el que viene después del Sábado, es el día del Domingo, entendido como Dies Domini (Día del Kyrios o Señor; cf. Ap 1, 10). Así lo vio la Iglesia, desde muy antiguo, entendiendo el tercer día como signo del comienzo de la resurrección universal.
b. Según las Escrituras. La Resurrección (según las Escrituras) define con la muerte la visión cristiana de la revelación. El texto queda un poco ambiguo. La frase “según las Escrituras” puede referirse al “resucitó”: de esa manera, la Escritura sería el libro de la preparación de la resurrección de Jesús. Pero ella puede aludir también, y sobre todo, al “tercer día” (las Escrituras determinarían que la resurrección aconteció al tercer día como tiempo de culminación). Sea como fuere, este pasaje supone que la resurrección de Jesús despliega el sentido de la Escritura israelita, leída en su totalidad, desde el testimonio del justo sufriente justificado por Dios o desde el Siervo de Yahvé a quien Dios responde.
Entendidas así, estas palabras de Pablo superan la oposición entre una resurrección puramente individual (sólo de Jesús) y una universal (de todos los muertos fieles, como esperaban los fariseos, a diferencia de los saduceos: cf. Mc 12, 13; Hech 23, 6-9). Pablo supone que el tercer día de la resurrección universal ha comenzado en la pascua de Jesús, de tal forma que aquellos que aceptan ese día de Jesús viven ya, de algún modo, en el tiempo de la resurrección.
c. Se hizo ver (se apareció…).
Esta palabra (ophthê), repetida cinco veces en 1 Cor 15, 5-8 (se hizo ver a Pedro, a los doce…), define la presencia de Jesús resucitado en forma de “visión”, vinculada a los ojos de la fe. Ella no sólo alude al sentido de la presencia de Jesús, sino a la misma vida de los cristianos que son aquellos que han visto y ven al resucitado. Este ophthê, que es un hacerse ver de Jesús (él se muestra) y un verle de los discípulos (ellos le descubren y acogen en su vida), marca y define toda la novedad cristiana. Ésta es una ampliación de la presencia de Dios (Dios se hace presente por Jesús), siendo una forma de presencia pascual del Cristo que supera los modelos anteriores de presencia y realidad sagrada. En este contexto, Pablo ha puesto de relieve las experiencias de visión normativas para las iglesias que él conoce y acepta (Pedro, los Doce…):
Se hizo ver a Cefas, luego a los Doce, luego se hizo ver a más de quinientos hermanos de una vez, de los cuales muchos viven hasta ahora, algunos han muerto; después se hizo ver a Santiago, después a todos los apóstoles; al último de todos, como a un aborto, se me hizo ver también a mí (1 Cor 15, 5-8).
Evocaremos una a una esas experiencias de visión (presencia), pero colocando al principio una que Pablo no ha citado, porque quizá no se encuentra en la tradición que él esta reproduciendo o porque, en el contexto solemne de su texto, en un ámbito de disputa entre grupos “oficiales”, no cabe (a su juicio) el testimonio de las mujeres. Al lado de María Magdalena nos gustaría poder citar a los galileos. ¿Cómo entendieron ellos la muerte de Jesús? ¿Cómo proclamaron su resurrección? No tenemos datos para responder. Por eso nos limitados a plantear la pregunta.:
1. María Magdalena. La tradición de la experiencia pascual de María Magdalena y de otras mujeres está en el fondo de todos los evangelio canónicos (y de varios apócrifos), pero sólo se recoge de manera expresa en dos textos canónicos: «Resucitando en la madrugada del primer día de la semana, Jesús se apareció (ephanê) primero a María Magdalena... Ella fue y lo anunció a los que habían estado con él (con Jesús) que se afligían y lloraban. Ellos, oyendo que se hallaba vivo y que había sido visto por ella, no creyeron» (Mc 16, 9). Esta noticia, recogida en el final canónico o posterior de Marcos (el libro originario terminaba en Mc 16, 8), contiene a mi juicio una tradición antigua, que sirve para confirmar la certeza de que en el comienzo de la experiencia pascual se encuentra una mujer, Magdalena. El mismo Jesús se le ha mostrado, como un brillo de luz (ephanê) que transforma su vida, sin que se diga si esa luz de visión es externa o interna (aunque parece que es interna, pues ella no puede demostrar a los otros lo que le ha pasado: Mc 16, 10-11). El evangelio de Juan acoge y trasforma ese motivo, diciendo que Magdalena fue la primera al sepulcro y que, encontrándolo vacío, avisó a Pedro y al otro discípulo, que vinieron corriendo, para ver y marcharse después. Ellos se van, pero María queda en el jardín y conoce a Jesús cuando le llama ¡María!, y le pide después que “deje de tocarle” y salga, para dar testimonio de su experiencia a los discípulos. En el centro de esta experiencia pascual hay una voz que llama de un modo personal (¡María!), (¡pues el ver no basta, no aclara!), y, sobre todo, un encuentro personal que se expresa a modo de toque o presencia. Pues bien, precisamente allí donde ese “toque” (¡suéltame, no me toques más! mê mou haptou: cf. Jn 20 17) se cumple y “culmina”, de forma que Magdalena se marcha, tomando distancia, para hablar a los discípulos restantes se puede afirmar que ha existido experiencia de Jesús resucitado. María Magdalena, cuya figura aparece a toda luz en la experiencia de la pascua, ha sido y sigue siendo una de las figuras principales de la historia de Jesús. Esa experiencia transmitida por el final canónico de Marcos por Juan es muy significativa, pero debe tomarse con mucha precaución, pues no estamos ante un testimonio directo de las mujeres, sino ante lo que dice de ellas unos testigos varonres.
2. Simón Pedro. La manifestación de Jesús a Pedro se encuentra también en el fondo de la narración de Mc 16, 7 y de Jn 21, 15, 17, pero sólo ha sido evocada expresamente por Lucas y Pablo. A su vuelta a Jerusalén, los caminante de Emaús encuentran a los discípulos reunidos, exclamando: «Ha resucitado verdaderamente el Señor y se ha aparecido a Simón» (Lc 24, 34). Todo nos permite supone que estas palabras constituyen la confesión de unos cristianos que apoyan su fe sobre el testimonio de Pedro. En esa línea se sitúa 1 Cor 15, 5 cuando describe la aparición a Pedro como la primera de las experiencias pascuales que son el fundamento de la confesión creyente de la Iglesia: «Se apareció a Cefas y después a los Doce…». Es muy probable que, conforme a la palabra de Mc 16, 7, hayan sido María Magdalena y las mujeres las que han puesto a Pedro en camino hacia Jesús. Por eso, la visión de Pedro, siendo primera en sentido oficial (conforme a 1 Cor 15, 5), es segunda en sentido histórico, pues estuvo precedida por la experiencia de María. Tampoco sabemos cómo ha sido esta “visión”, qué posibles elementos auditivos (cf. 2 Ped 1, 17) y visuales ha tenido, qué elementos de interpretación personal. Es muy posible que haya sido una experiencia de conversión tras el abandono.
3. Los Doce. Significativamente, la experiencia de los Doce en cuanto tales sólo ha sido atestiguada por 1 Cor 15, 5, pues según Lc 24, 36-49 y Jn 20, 19-23 los destinatarios de la experiencia fundante de la iglesia no fueron los Doce sino un grupo indeterminado y quizá más grande de discípulos (cf. Jn 20, 19), reunidos con los once (los Doce menos Judas Iscariote: cf. Lc 24, 33). Por su parte, los que vieron a Jesús en el monte de Galilea, según Mt 28, 16, fueron los once, que forman ya un grupo nuevo y abierto, que simboliza a todos los misioneros de la Iglesia. A diferencia de esos testimonios, Pablo recuerda la experiencia de los Doce, recogiendo de esa forma una antigua tradición cristiana, que sirve para marcar la continuidad entre los Doce mensajeros prepascuales de Jesús, que eran signo de la apertura de su mensaje a las tribus de Israel, y los Doce testigos pascuales de la primera iglesia. Es evidente que ellos se toman aquí (en 1 Cor 15, 5) en sentido oficial, como un grupo que ha tenido una función en la vida de Jesús y en el comienzo de la Iglesia (quizá todavía en tiempo de Pablo). Ellos no pueden entenderse en sentido numérico estricto, pues falta Judas, «uno de los Doce» (cf. Mt 26, 14.47; Mc 14, 10.43, Jn 6, 61). Los once restantes bastarían para cumplir la función encomendada, aunque es más probable que para mantener el grupo se haya incluido a Matías, en el principio de la iglesia (cf. Hech 1, 12-26). Sea como fuere, los Doce han sido por un tiempo (hasta su disolución como grupo) testigos de Jesús resucitado.
4. Quinientos hermanos. Vienen después de Pedro y de los Doce y se dice que «muchos de ellos viven hasta ahora, algunos han muerto». Ellos pueden ser los miembros de la primera iglesia de Jerusalén (en la línea de Lc 24 Jn 20), aunque parece preferible vincularlos a las comunidades cristianas de Galilea), que no sólo escucharon al Jesús de la historia, sino que celebraron al Cristo pascual, como puede verse en el fondo de la tradición de las multiplicaciones (de las que hemos tratado en cap. 8). En ese contexto, el Jesús pascual se hace “presente” allí donde se comparte el pan, en una celebración de tipo eucarístico (cf. cap. 21, con Mc 16, 14-18). La experiencia pascual expresa una forma de vivir en comunión, retomando lo que ha sido la historia de Jesús y su proyecto de vinculación mesiánica, partiendo de los marginados, en torno a la mesa compartida. De esa manera, la pascua no destruye y niega, sino que reinterpreta y universaliza lo que ha sido la historia de Jesús.
5. Santiago. Pablo reconoce la experiencia pascual de Santiago, el hermano del Señor (Gal 1, 19). Eso significa que, en un momento dado, acepta como válida su visión eclesial y su teología, aunque él haya seguido un camino distinto y mantenga su diferencia respecto de otros grupos de cristianos, sobre todo de línea paulina. Santiago ha terminado siendo representante de la iglesia judeocristiana que ha tenido dificultades para admitir la validez “judía” (mesiánica) de la misión paulina. Entre los diversos caminos o trayectorias de la iglesia, Santiago representa la línea más vinculada al judaísmo y, en esa línea, él interpreta a Jesús resucitado como culminación de Israel, pero sin superar las fronteras de la Ley del judaísmo, dentro del cual habría que entender su resurrección. A su juicio habría que esperar la conversión del pueblo judío y sólo en un segundo momento se podría llevar la palabra de Jesús a los gentiles. Sea como fuere, esta “recuperación pascual” de Santiago, el hermano de Jesús, vuelve a situarnos de lleno ante la historia de Jesús, recuperada ahora por su familia, en unas claves que pueden compararse con las de Pedro y Pablo, pero que, sin duda, son muy distintas. .
6. Todos los apóstoles. Vienen después de Santiago, pero antes que Pablo. Ellos son evidentemente los representantes de la iglesia helenista de Jerusalén, a la que alude Hech 6-7; son los primeros fundadores de la iglesia en cuanto tal, en el sentido de enviados o portadores de un mensaje de salvación universal, abierta por encima de Israel a todos los pueblos. Pablo dice, de un modo abierto, «todos los apóstoles», no cita ni precisa el número. Pueden ser bastantes, varones y mujeres, son creadores de iglesias. La experiencia de Jesús resucitado es una “presencia activa”, que impulsa a ofrecer el testimonio de Jesús, para ampliarlo, en forma misionera. En el principio de la acción misionera, es decir, de la apertura del mensaje de Jesús hay, por tanto, una experiencia de resurrección, es decir, de presencia de Jesús, como aquel que está vivo. En esa línea, se podrá añadir que no han experiencia pascual sin misión o envío, es decir, sin que se asuma y expanda el mensaje mesiánico. En el fondo, ver a Jesús y comprometerse por su Reino es lo mismo. En el fondo de la experiencia pascual está la certeza de que el proyecto de Jesús sigue adelante.
7. Pablo: «Y como a último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí». Es evidente que Pablo se sitúa en la línea de los helenistas, como culminando un camino que ellos han iniciado y oponiéndose, de alguna forma, a Pedro que está al principio de la lista. Esta experiencia de Pablo ha de tomarse básicamente en forma de llamada o vocación: “Pero cuando Dios, quien me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que yo lo anunciase entre los gentiles…” (Gal 1, 15-16). Pablo no dice “cómo ha visto” a Jesús, ni cómo ha escuchado su voz, como voz de Dios, si en forma “corporal” o no corporal (cf. 2 Cor 12, 1-3). Pero es evidente que ha tenido una experiencia de Dios, vinculada a la presencia de Jesús resucitado.
8 ¿Y tú, qué has experimentado en la Pascua? Las apariciones pascuales no tuvieron un mismo contenido, ni una misma forma externa. Más que apariciones en sentido visionario pueden ser, en general, experiencias de pascua (es decir, de la presencia de Jesús), vividas en conexión, unas con otras, formando así una especie de abanico pascual, que Pablo ha sabido reconocer en 1 Cor 15, aunque ha dejado fuera el testimonio de las mujeres. Este testimonio múltiple de “presencia de Jesús” crucificado es lo que define la pascua cristiana, la nueva experiencia del evangelio. Cristianos son los que “saben” que Jesus vive, porque le han “experimentado”. La experiencia (visión personal) de la vida de un muerto como Jesús (de un muerto que es Jesús): esa es la esencia del cristianismo.
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